Leyendas de la Premier "La Noche más roja de Estambul"

by - mayo 24, 2015


LA NOCHE MÁS ROJA DE ESTAMBUL



Damos las gracias a Alberto Fernández y Juan Esteban Rodríguez por cedernos el capitulo de Gerrard de “Leyendas de la Premier” para conmemorar los diez años de aquella hazaña.

La noche de Estambul desapareció. Todo se diluyó en el aire. Se disolvió Santa Sofía. Se apagaron las luces de los barcos del Bósforo. El Gran Bazar quedó abolido. Y todo fue rojo. Instantáneamente rojo. La antigua Bizancio había desaparecido como ciudad, se había vuelto un sentimiento. Un sentimiento rojo. El rojo del Liverpool. El rojo de la sangre de Steven Gerrard.

La mejor final de la historia

“Leed la historia. Ved
a ejércitos invencibles en fuga enloquecida.
Por todas partes
se derrumban fortalezas indestructibles,
y de aquella Armada innumerable al zarpar
podían contarse
las naves que volvieron.”
(“Loa a la duda”. Bertolt Brecht)

Tiene sentido. Juro que tendrá sentido. Dadme unas líneas de confianza. Lo pasaremos bien...

Estambul, capital histórica de Turquía.. Bizancio, Constantinopla, nombres que resuenan en la noche de los tiempos. Inmejorable marco para pasar a la eternidad. Si John Paul hubiera vivido, sin duda habría estado allí el 25 de mayo de 2005. “I play for John Paul”, muy bien, hazlo por él. Te toca Steven.

Dida; Cafú, Nesta, Stam, Maldini (en pie todos los hombres de buena voluntad); Gattuso, Pirlo, Seedorf, Kaká; Shevchenko y Crespo. Ese era el once del Milan (que no Milán, ya que el club fue fundado por unos ingleses que lo llamaron así). Seis copas de Europa les contemplaban en ese momento.

Dudek; Finnan, Hyypiä, Carragher, Traoré; Xabi Alonso, Gerrard, Kewell, Risse; Luis García y Baros. Sonaba a menos pero había que jugar.

¿Qué vamos a contar? Pareció un entrenamiento contra los juveniles de Milanello. Apenas nos habíamos sentado cuando Maldini (cuando escribo su nombre, vibra el teclado) remató con la derecha un centro de Pirlo a balón parado. Uno a cero. A los treinta y ocho minutos, una contra conducida por Kaká (qué bueno fue el brasileño cuando era bueno...) acabó con Crespo empujando a puerta vacía el dos a cero. ¿Pero dónde estaba el Liverpool? En el 43´ una nueva maravilla de Kaká, que mete un pase de treinta y cinco metros para dejar sólo a Crespo, acaba con el argentino picando el balón por encima de Dudek. Tres a cero al descanso y los operarios de la UEFA poniendo las cintas rossoneras a la copa más deseada.

Nunca sabremos qué pasó en el descanso. Qué espíritus se invocaron. Quizá apareció Bill Shankly por el vestuario inglés. O lo vieron tan imposible, tan ridículamente imposible, que se convencieron de que podían.

Once tipos distintos salieron a jugar la segunda mitad. Ya no eran once jugadores de fútbol. Eran once locos que creyeron en remontarle un tres a cero al AC Milan. La locura es un sentimiento curioso. Te fagocita o te impulsa, a veces ambas cosas. Y en la cresta de esa locura, Steven Gerrard.

Minuto cincuenta y tres, Riise centra desde la izquierda y Stevie salta más que nadie para cabecear el tres a uno. ¿Su celebración? Dirigirse a los suyos agitando frenéticamente los brazos arriba y abajo mientras aullaba “come on !!, come on !!”. Como para no correr después de ver al capitán en ese estado. Se desató la locura. Os pedí paciencia, vuelve Bertolt Brecht, ahora sí, cargado de sentido: “Leed la historia. /Ved a ejércitos invencibles en fuga enloquecida. /Por todas partes/ se derrumban fortalezas indestructibles... Eso fue el Milan durante unos minutos, una fortaleza indestructible derrumbándose al paso de un ciclón rojo que todo arrasaba.

Dos minutos después, Smicer conecta un zapatazo cruzado que entra pegado al palo derecho de Dida. La bendita locura de remontar el partido se rozaba ya con la punta de los dedos... Cinco minutos más tarde, un penalti cometido por Gattuso sobre Gerrard fue lanzado por Xabi Alonso. Lo paró Dida pero el español recogió el rechace para marcar con la izquierda. A los quince minutos de la segunda parte, el Liverpool había levantado el desastre de la primera. Los italianos se miraban incrédulos.

¿Pero qué había pasado? La desbordada fe en el peso de su propia leyenda puso a volar a los mismos jugadores que se habían arrastrado silenciosos durante los primeros cuarenta y cinco minutos. De repente, entre el fango de una actuación irrespetuosa con la historia de un club mítico, nació una flor roja. Gerrard la vio, se la puso en el pecho, miró a sus compañeros y no dijo nada. No hacía falta.

La cosa acabó en prórroga. Pudo ganar el Milan pero entre Traoré, que sacó una de Shevchenko bajo palos, y, sobretodo, Jerzy Dudek que estuvo inmenso en sendos cabezazos de Stam y Sheva, la cosa se fue a los penaltis. Un epílogo antológico para una final que ya estaba en la historia.

Fue el momento del portero polaco, tan discutido en muchas ocasiones. Recordando a Grobelaar  en 1984, comenzó a ejecutar una extraña danza. Daba pequeños saltos laterales, desplazándose de izquierda a derecha y de derecha a izquierda por la línea de gol, mientras agitaba inquietamente los brazos. La estampa era casi ridícula pero lo cierto es que consiguió poner muy nerviosos a los lanzadores del Milan. Fallaron Serginho y Pirlo los dos primeros, mientras que Hamann y Cissé convirtieron los suyos. El milagro de los “Benitles” (así llamaba la prensa inglesa a estos muchachos) se iba a producir. Tomasson marcó el suyo y Riise erró para el Liverpool. Un poquito más de incertidumbre, la final lo merecía. Anotaron Kaká y Smicer el cuarto penalti de la tanda. Cada vez más cerca... Turno para Shevchenko y...

Recordemos el comienzo de este artículo: La noche de Estambul desapareció. Todo se diluyó en el aire. Se disolvió Santa Sofía. Se apagaron las luces de los barcos del Bósforo. El Gran Bazar quedó abolido. Y todo fue rojo. Instantáneamente rojo. La antigua Bizancio había desaparecido como ciudad, se había vuelto un sentimiento. Un sentimiento rojo. El rojo del Liverpool. El rojo de la sangre de Steven Gerrard.

Amamos el fútbol.


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