El dÃa en el que el espÃritu de Duckadam entró en MoÅ£i.
Cuando todo podrÃa pensar que este post serÃa sobre el portero del equipo búlgaro, vas y te encuentras con ese momento épico, heroico y de los que te hacen pensar, que el fútbol tiene a veces momentos para guardar en la memoria, todo esto lo guardará en su cache, los aficionados del Ludgorets y sobretodo el héroe de aquella noche, el dÃa en el que MoÅ£i juro venganza.

En esa época en la que los niños bajaban a la calle, en la que se hacÃan porterÃas con dos mochilas o con los jerséis, para jurar que ese dÃa alguien se irÃa a casa con la sonrisa o con el malestar de perder en un partido, en el que siempre ganaba el que marcará uno más o hasta que el dueño del esférico dijera que se llevaba esa pelota, porque era suya. En las calles de ReÅŸiÅ£a los niños seguro pensaban en jugar en los grandes del fútbol rumano. En casa de los MoÅ£i, el pequeño Cosmi veÃa a esos diablos de rojo, aquel Dinamo, e intentó con tesón y ahÃnco llegar a ponerse esa camiseta y lo más importante ganar ese “Marele Derby” ante el Steaua, fuera como fuera, seguro que en aquella eliminatoria de Champions League, el central llevaba bajo su camiseta verde o en la piel, esa camiseta roja del Dinamo, a fe que su venganza se vio saciada, pero no fue marcando goles, sino deteniendo las acometidas del que fuera campeón de Europa desde bajo los palos y escribiendo una pagina de heroicidad para el final de los tiempos de un pequeño equipo, el Ludogorets.
Y ¿como ocurrió todo aquello?, pues viajemos a un partido de fase de grupos, 31 equipos con su plaza y tan sólo uno le faltaba coger plaza para la gran competición, Ludgorets o Steaua compraban sus boletos para la gran loterÃa, el equipo búlgaro, de la ciudad de Razgrad, la más grande de la región de Ludogoria (son 33.000 habitantes) y de ahà proviene su nombre, cuya traducción literal que hacen los búlgaros de Ludogoria es bosque loco o bosque salvaje, esperaban que su numero saliera el ganaron y como esa traducción todo lo que sucedió en el Ludgorets Arena , fue bastante loco o salvaje, algo para recordar.
Los “Eagles”, como se les llama a los aficionados del equipo de Razgrad, buscaban ese gol que les llevará a soñar, lo necesitaban, tan sólo para seguir soñado. Todo iba a un final donde MoÅ£i perderÃa su derbi particular, pero en el minuto 90 su compañero Wanderson marcaba e igualaba la eliminatoria, el fútbol les daba una oportunidad.
En el minuto 119 de la prorroga el arbitro expulso al cancerbero Stojanov, no habÃa cambios, qué podÃa hacer el equipo búlgaro, quién tomarÃa la gran decisión de ponerse los guantes, quién podÃa intentar por todos los medios que ese sueño no acabará, tanto remar para no llegar a la orilla, no era momento para rendirse.
Y allà apareció el central Cosmin MoÅ£i, decidido se puso los guantes y se dispuso a que todo lo que habÃan luchado no hubiera quedado en saco roto. Terminaba el encuentro, el rumano habÃa parado las acometidas de sus compatriotas, nadie podÃa batirle, pero…llegaban los penaltis, la terrible moneda en el aire que decide si alguien puede reÃr o llorar.
Allà el numero 91 en su espalda, el de su compañero Stojanov, se puso los guantes y en ese momento como si fuera aquel Duckadam en la final de Sevilla, en ese momento los más de 180 kilómetros que separan la ciudad de Cosmà (ReÅŸiÅ£a) de los de Duckadam (Semlac), se hicieron Ãnfimos, el espÃritu del gran portero, bigotón empezó a crecer en MoÅ£i, pero antes de ponerse la capa de héroe, se dispuso a ser el primero que le diera confianza a sus compañeros, marcó el primero de las suertes máximas y como si fuera Grobbelaar o Dudek, empezó a distraer a los contrarios, moviendo los brazos, bailando, seguro que por un momento recordó aquellas tardes en las que la llamada de mamá se convertÃa en ese pitido final, seguro que por un momento recordó cuando le tocaba ponerse, un grito en su memoria “Te toca”, pero esos bailes, movimientos, espasmos, no surgieron efecto en el primero, aunque estuvo apunto de lograr que surtiera efecto.
Wanderson que habÃa dado esperanzas a los búlgaros, veÃa como se el caÃa el mundo encima, fallaba su penalti, no pasaba nada, él sabÃa que era su noche, que estaba escribiendo una pagina en la historia de la Champions, Cosmin MoÅ£i volverÃa a alzar los brazos de sus compañeros y aficionados en las gradas, Parvulescu vio como su compatriota se lanzaba a la derecha y desviaba el balón, todo igualado, nadie salÃa de su asombro, lo habÃa parado, los malos farios, las malas cartas se volvieron en suerte de cara.
Todo seguÃa su cauce, nadie fallaba, llegaba la muerte súbita y en ese momento si que se puso la capa de súper héroe el bueno de MoÅ£i, Rapa, lateral derecho, se disponÃa a marcar y acabar ya con todo, el improvisado portero se movÃa de lado a lado, la guerra psicológica comenzaba, lanzamiento y en ese momento el tiempo se paró, voló hacÃa su derecha y como si fuera Sevilla, final de la Copa de Europa, el espÃritu de Duckadam entró en MoÅ£i y atrapo el esférico, la locura en el campo búlgaro, Cosmin MoÅ£i corrió a las gradas, salto, festejo y dio un boleto para el sueño a su equipo.
El central rumano quedará para los anales de la historia del Ludgorets, una de las gradas del campo de los “eagles” se llamará en su nombre, los siete años que pasó enfrentandose en aquellos “Marele Derby” y volvió a ganarles.
Tras aquel hito, volvió a ver a sus compatriotas con la selección en una nueva convocatoria, a su vuelta a Bulgaria sus compañeros le tenÃan un regalo en el vestuario, en su taquilla le esperaban unos guantes, recuerdo del dÃa en el que Cosmin MoÅ£i se dispuso a no dejar caer a sus compañeros.